lunes, 27 de abril de 2020

Feria de abril

Tenemos este 2020 que conformarnos con los recuerdos del 2019









HISTORIAS DE LA FERIA

Los orígenes de este festejo sevillano lo encontramos en un lejano y caluroso día 25 de Agosto de 1846. En torno a Sevilla habían crecido pequeños núcleos poblacionales que disponían de ferias de ganado las cuales eran visitados por agricultores de la ciudad donde compraban las reses necesarias para su labor en el campo, a fin de evitar este “peregrinar” del sevillano a las cercanías de la capital surge la idea de crear en la ciudad su propia feria ganadera y así los regidores Narciso Bonaplata, originario de tierras catalanas, y José María Ibarra, primer conde Ibarra, deciden elevar su propuesta al Cabildo Municipal.

José Maria Ibarra, Conde de Ibarra 



 Narciso Bonaplata
La propuesta y el documento fue apoyado por el alcalde de Sevilla que era el marqués de Montelirio. El documento pedía que se autorizara una feria anual durante los día 19, 20 y 21 de Abril. Aquella propuesta fue enviada a Madrid donde el diputado Fermín de la Puente y Apechea intermedió ante la reina Isabel II para que aprobara la misma y pese a la oposición de localidades cercanas, que ya disponían de ferias de gran raigambre popular, como Mairena del Alcor o Carmona, o personajes ilustres como el diputado Iribarren, la reina accedió a aquella petición en Marzo de 1847.

Hablamos de la primera ubicación de la feria, en su emplazamiento del Prado de San Sebastián, unos parajes abandonados, a los que nadie quería acercarse ya que en él se decía que lo “habitaba la muerte” quizás por ser este un lugar donde en otros tiempos se encontraban el cementerio del Prado de San Sebastián y el cementerio de los Pobres, en él se contaban historias de apariciones y aparecidos, además de ese evocador y lúgubre recuerdo del lugar había una nueva objeción. 

El lugar, como se ha comentado en esta guía, era el habitual quemadero en la ciudad de la Santa Inquisición para todo aquel que era condenado a la hoguera por herejía o cualquier otro “pecado” contra la fe. Un lugar ciertamente que ponía los pelos de punta a todo aquel que lo visitaba. 



Pese a todo ello la feria fue un éxito y pronto los ganaderos instalaron toldos para protegerse del sol, unos toldos de lona que serían los precursores de las “casetas” del “Real de la Feria” como hoy lo conocemos.

Aquel colorido y algarabía hizo que muchos nobles visitaran el lugar en sus carrozas y coches de caballo, era la atracción de la ciudad y pronto aquel germen sembrado para el crecimiento de la ciudad se iba a convertir en un brote de amistad, encuentro y disfrute. En la primera cita que aquella feria de recogieron 400.000 duros, que era una importante cantidad para una feria inaugural.

Aquella ciudad emergente no dejaba de crecer y de compartir espacio con el ganado, por ello en 1950 se separa el folklore del mercantilismo ganadero dando paso pues a una feria de ocio, de diversión y de recuerdos.


















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